El viaje es larguísimo, sobre todo cuando no están sincronizados los semáforos.
Mi primera semana aquí parece que ha durado cinco meses, dicho en el mejor de los sentidos, no he parado de conocer nuevos lugares que me recuerdan que la vida es mucho más que que el agujero angosto que se había insertado en mi mente un año atrás.
Si no lo sabes todavía y estás leyendo esto con mirada confusa, una combinación entre el trabajo de Toni y una serie de decisiones en mi vida, que me empujaron a suplicar un cambio, me han llevado a pasar este otoño en la costa de Nueva Inglaterra, más concretamente en Boston. Siempre he sentido una obsesión irracional hacia este país, repleto de errores y ausencias pero también oportunidades, así que resulta bastante lógico el pensar que, en uno de mis momentos de mayor incertidumbre, me hayan brindado la oportunidad de vivir aquí (realmente a mi novio pero eso que quede entre nosotras).
Teniendo en cuenta el cambio horario, lo que conlleva mudarse a otro continente y la adaptación a éste - trabajo de por medio- considero que he aprovechado relativamente bien mi primera semana. Empezando por los cimientos, hemos conseguido convertir nuestro diminuto piso en lo más parecido a un hogar, por lo menos por ahora, y yo, con mi cuestionable lista de prioridades, estoy a dos hornadas de galletas quemadas de conseguir domar nuestro nuevo horno. Aunque la casa está ligeramente inclinada y las escaleras crujen en puntos estratégicos, las vistas desde el portal dan a una estupenda pastelería y una calle cubierta por las últimas hojas verdes de la temporada. El clima no me hace echar demasiado de menos mi casa, y de vez en cuando una planta repleta de hortensias me recuerda que, al fin y al cabo, tan solo estoy al otro lado del Atlántico.
*
La última de Mujeres ha sido mi canción más escuchada estos días, intentando buscar soluciones a todos los problemas, creando una ruta que me lleve a tener la rutina más pragmática, la compra en Whole Foods para las cosas más específicas, el mercado de los viernes para frutas y verduras y Trader Joe´s para todo lo demás. Un americano a primera hora de la mañana y no volver a oler la cafeína el resto del día si no quiero tener dolores de cabeza. La mejor cerveza siempre suele ser la Lager, salvo para ocasiones especiales y momentos en los que no la quieras acompañar con comida, cuyas opciones habitualmente oscilan entre el pollo frito, BLT o alitas con salsa barbacoa. El North End o “Little Italy” es una buena opción para pasear un domingo por la mañana, y terminar comiendo uno de los subs del pequeño puesto de Bricco, escondido en una diminuta calle entre el restaurante del mismo nombre y alguna cafetería que ahora no recuerdo.
*
Constantemente intento luchar contra el pensamiento persistente de no estar aprovechando esta oportunidad al máximo, de no tener un plan delimitado al milímetro para mi vuelta, de sentir que los meses simplemente se acumulan sin un sentido. Nos veo a todos exclamando, sorprendidos ante la fugacidad de septiembre, supongo que el tiempo pasa más rápido cuando estamos atrapados mentalmente en el futuro. Entonces me gusta parar y hacer un cálculo de los recuerdos que he creado en este breve tiempo aquí, en todas las veces que soñé con esto y en todo ese lapso en que esa ilusión se mantuvo adormilada, ausente, apagada en algún recoveco de mi mente y que ahora, de manera casi fortuita, se ha convertido en algo palpable, en mi presente.
Quiero verme cada mañana recordando que, aunque el tiempo pasa, su paso también es lento y válido, que todo lo que observo, aprendo y erro se va a ir conmigo si me mantengo enfocada en su momento, este momento.
Porque el viaje es largo, y yo voy a intentar aprovechar el tiempo extra que me regalan los semáforos.