Esta temporada no he estado muy fina. Caería de nuevo en la comparativa con una sucesión de catástrofes pero estoy intentando dejar de rezarle a la doctrina del victimismo y ser consciente de que yo, como todos, funciono por épocas.
En estos (muchos) meses que he estado sin escribir, o mejor dicho, sin publicar nada he peleado mucho con el síndrome del impostor (aunque de eso hablaremos otro día), y con una tremenda crisis motivacional - que no existencial, no pienses amiga que a estas alturas me voy a cuestionar el por qué de mi existencia o mi función en este planeta, las cuestiones trascendentales para quien las quiera- . Sin embargo sí que he estado dándole excesivas vueltas a mi trabajo, revisando y recapitulando mis comienzos, el camino andando - y el sentido de seguir haciendo camino - y el destino que tantas veces había planeado y cambiado, al que me gustaría llegar. En una de mis películas de cabecera - “The Waitress”- Jenna, la protagonista y una chica muy simpática pero con un poco de mala suerte, dedica su vida a lo que es también su pasión: preparar tartas. No obstante y pese a ser una película con todo el idealismo que ello conlleva, se muestra la realidad de la frustración que supone combinar pasión y profesión, que lo primero no cura todo ni impide que los problemas cotidianos sigan apareciendo, la desmotivación y la inviabilidad de los sueños.
Las cosas muchas veces no salen, o no salen como queremos, y gestionar estos reveses, caídas y fracasos es difícil. Salir de ellos lo es más.
No quiero convertir esta publicación en un manifiesto sobre la derrota y el abandono, nada es blanco o negro, una no siempre consigue lo que quiere pero pese a ello si debe protegerlo, convirtiendo su dolor en refugio, haciendo las paces con el, para que no le paralice, para que pueda convivir como parte de lo que es. Quizás lo que más me gusta de Jenna es su capacidad de no ocultar sus problemas, de ponerles nombre e incluso de hablar con ellos como si de un pequeño parásito se tratasen, convirtiendo así la debilidad en fortaleza.
El mundo nos divide entre los que buscamos la tranquilidad, más allá del conformismo, construir sobre lo viable, lo acorde a nuestras circunstancias creando así algo que nos haga felices o, suficientemente felices. Mientras que otros buscamos lo utópico, no por falta de pragmatismo sino porque, a pesar de los golpes queremos seguir, no como un soldado herido que busca una gloria ficticia, sino porque el fracaso es parte del proceso, de mejorar, de conocerse, de desviarse del camino inicialmente planteado.
Recuerdo cuando llevaba muy pocas semanas trabajando en pastelería, las ganas que te regalan un nuevo comienzo siempre superan al miedo y las dudas, por aquel entonces leí - no recuerdo donde - una frase terrorífica que parecía sacada del peor calendario de Mrs. Woderestupenda que decía algo así “la gente te anima en las líneas de salida y la de meta, los kilómetros restantes necesitan de fortaleza mental”. No te voy a mentir, en ese momento esa frase me pareció magnífica en el buen sentido, sentido que te aporta la cultura tóxica de alimentar tu ego sin importarte cuanto pierdes por el camino (otro buen tema a tratar). A día de hoy, con la perspectiva que sólo te concede el tiempo me doy cuenta de la importancia de no recorrer el camino sola, pedir ayuda y sobre todo, no obcecarte con llegar al destino con el único fin de terminar.
Crea tu refugio, permítele el paso a los fracaso, errores y desvíos en el camino. Ahí siempre podrás volver.
RECETA
INGREDIENTES
Para la masa:
- 250 gramos de harina
- 125 gramos de mantequilla
- 2 cucharadas de sal
- Agua fría (aproximadamente 3 cucharadas)
Para la calabaza asada:
- Un cuarto de calabaza
- Aceite de oliva
- Sal y pimienta
- Miel (opcional)
Para el relleno:
- 3 huevos
- 150 gramos de nata para montar (35% MG)
- 1 cucharada de harina
- 1/4 de calabaza asada
- 60 gramos de queso comté
- Romero
- Media cebolla caramelizada (opcional)
- Sal, pimienta negra y nuez moscada
UTENSILIOS
Molde de 25-30 cm
Rodillo
Sartén
Batidora
PROCESO
Precalentamos el horno a 220º. Troceamos la calabaza y la colocamos en una bandeja apta para el horno con un poco de aceite de oliva, un toque de miel y sal.
Cuando el horno esté caliente, metemos la calabaza y dejamos que se hornee durante unos 30 minutos.
Mientras la calabaza se hornea, preparamos la masa. En un bol, mezclamos harina, sal y mantequilla cortada en trozos pequeños. la mezclamos con las manos sin mezclar la mantequilla por completo, queremos que quede en trozos de unos 3 cm.
Añadimos el agua fría poco a poco, dependiendo de lo que nos pida la masa usaremos más o menos, pero para este tipo de masas es más recomendable que quede más seca que pegajosa.
Cuando tengamos la masa lista, la cubriremos en papel film y reservamos en la nevera unos 10-15 min. *PRO TIP* Esta masa se puede preparar con bastante antelación. Aguanta una semana en la nevera y hasta tres meses en el congelador. Además le sienta muy muy muy bien el frío, así que te recomiendo tener siempre alguna lista en tu congelador para preparar tartas, quiches, pies, galletas, palmeras, grissini de queso y pimienta…¡lo que quieras!
Después de enfriarla (o descongelarla) procederemos a estirarla. Otro de los puntos claves de esta masa es no “manosearla” mucho, para ello, pondremos un poco de harina sobre la superficie donde vamos a estirar la masa y sobre la misma comenzamos a estirar con el rodillo, moviendo la masa con cada golpe de rodillo, para evitar así que se pegue sobre la mesa.
Colocamos la masa estirada en el molde y aprovechando el calor del horno, la hornearemos cubriéndola con papel de plata o de horno y algo que haga peso (legumbres/arroz) pasa evitar que la masa se suba y caiga de los bordes. Horneamos a 190º durante unos 20 minutos.
Mientras tanto, preparamos el relleno, batiendo por un lado los huevos y la nata. En otro bol, mezclaremos los ingredientes restantes - harina, sal, pimienta y nuez moscada. Incorporamos la mezcla de huevos y nata a los secos y mezclamos hasta que no queden grumos.
Cuando tengamos la masa lista, colocaremos sobre la base la calabaza laminada, el comté, el romero y la cebolla caramelizada y vertemos el relleno sobre ellos. Horneamos otros 30 minutos y ¡listo!
OPCIÓN PARA SERVIR
Corta un trozo mientras todavía está caliente y acompáñala con unas hojas de lechuga de hoja de roble aliñada con una vinagreta de aceite, sal, comté y ajo muy picado.